12 agosto, 2008

REFLEXIONES SOBRE EL FIN DE CURSO


Todo análisis debe tratar de ser lo mas objetivo posible, sobretodo cuando pocas personas interfieren en el proceso que se analiza. Es muy fácil caer en los personalismos, en la adulación o la obsecuencia: esto lo aprendí en la universidad, aunque no era necesario pasar por ahí para deducir esto. Es un asunto de Perogrullo.

Lo que quiero decir es que es muy difícil analizar un curso, lo que se ha aprendido o no se ha aprendido, es muy difícil de separar de las opiniones que han dejado en nosotros aquellos quienes han sido los artífices de nuestro avance o involución: los profesores.

Y vaya que tenemos para dictar cátedra nosotros como inexpertos alumnos de primer año. Todos entramos con una imagen a esta universidad y hemos salido de este primer transe con otra bastante diferente, sobretodo los que tuvimos nuestra formación de pregrado en otras y otras muy diferentes instituciones superiores. Creo que la peor desilusión se la han llevado nuestros compañeros de intercambio.

Hemos aprendido empíricamente lo que plantea Giddens acerca de las instituciones que mantienen una fachada para cambiar por dentro, sin adaptarse a los cambios que se producen fuera. No hemos necesitado retrotraernos a nuestros lugares de trabajo para hacer ese desenmascaramiento del que tanto se nos habló, nos bastó con ir a clases: estas fueron el mejor laboratorio y nosotros nos asumimos como unos Mateos conejillos de indias. Asumamos que las culpas siempre se comparten.

Los seres humanos, sobretodo los profesores, somos muy buenos para evaluar al resto con una medida que jamás aplicaríamos con nosotros mismos; nacimos sin capacidad de autocritica. Sobretodo los profesores de historia. Nos gusta rodearnos de una gran parafernalia cuando se trata de dictar cátedra, tenemos una voz potente en la mayoría de los casos (aunque en el mio es mas bien chillona), una seguridad que no resiste análisis y un desplante escenográfico que bien se lo envidiaría cualquier actor consagrado o al menos asi lo creemos y quien trate de demostrarnos lo contrario lo hará en vano. Y eso es lo que esperamos de una clase, más show que contenido, aunque en esta oportunidad Moulan Rouche brillo por su ausencia.

Por eso debo reconocer que más allá de cualquier contenido socio antropológico, epistemológico o informático, lo que aprendí durante este semestre es cómo la cosa cándida, sin grandes aspavientos, que no levanta pasiones ni grandes debates, puede desarmarnos con su exceso de eficacia. Aprendí cómo debe desarrollarse un curso con excelencia, con meticulosidad, con la experticia que no dan los años de experiencia, ni los conocimientos académicos. Lo que hace la diferencia entre aquellos que se creen maestros y los que no buscan serlo pero que seguramente terminaran en eso; porque en el fondo en esto justamente consiste enseñar: en compartir conocimiento y no en arrojarlo desde pedestales que por mucha base que tengan, siempre terminan por aislar al maestro del alumno.

En resumen, más allá de la cosa tecnológica que puedo aprender en cualquier parte, aprendí (¿o más bien corrobore?) que el aprendizaje se comparte y se construye en conjunto, y que esa es la única forma de hacerlo significativamente.

¿Criticas?. Me es difícil proponerlas en un ámbito en el cual soy bastante neófita; el de la informática. Tal vez hasta el día de hoy no les de más importancia que la de un báculo en un viejo y sabio maestro de los fines del Medioevo, o sea: la herramienta fundamental con la cual podemos transformar el mundo; aun así, el viejo y desguañangado maestro sigue siendo lo fundamental

(1) Sería el colmo de la desvergüenza decir que más vale calidad que cantidad, que los resultados son los importantes y no el proceso, etc. cuando la verdad es una sola: ¡debo dejar de faltar a clases!, aunque no creo que esto inhabilite ninguna de las apreciaciones aquí vertidas

(2) En varios puntos me atrevo a hablar en plural porque sé que mis compañeros piensan, sino lo mismo, muy parecido a mi con respecto al curso de Informática Educativa y a los otros cursados en este primer semestre

07 agosto, 2008

TOP TEN


No se que le ve todo el mundo de top a trabajar en Providencia. Estoy aburrida de la siutiquería y arribismo de los profes que dicen "mira hasta donde hemos llegado", o "todos se mueren por trabajar acá", "que suerte la tuya".

No creo que sea un equivalente decir “Liceo emblemático=excelencia de profesores”. Al contrario: trabajar con cabros seleccionados, con los recursos más top, con bonos hasta porque te tiraste un peo, es re fácil, no le encuentro nada de halagador. Así hasta el más malo de los malos resulta que aparece y lo que es peor, se cree, un profesor decente. El ego viene añadido por concepto de ingreso, gratis y como regalo de liquidación.

Si ese es nuestro parámetro para medir lo top, perdónenme pero representamos un pobre reflejo de un país de idiotas. Para mí el merito esta en trabajar en lugares de riesgo social: ahí si que se miden los mejores.

Y no solo hacer el intento de trabajar, sino que por añaduría, obtener logros. Conseguir que un solo niño de escasos recursos logre encontrarle un sentido a su vida, al aprendizaje, que valore el conocimiento por si mismo y como solo como una herramienta de movilidad social, eso para mi sí que es ser top ten. De más esta decir qué pienso de los que permanecen toda una vida en ese sistema sin que el medio logre amodorrarlos, ni carcomerlos, ni mimetizarlos ni quitarle un centímetro de sus ganas, como al Tío Nun, hasta ahora para mi, maestro de maestros