29 noviembre, 2007

Sartre


Hoy vi una peli Tailandesa de terror. Más que terror parecía ambientada en la Alemania democrática de los setenta. Pobres. Ambientes que se quedaron pegados en el tiempo, borrosos, como días abochornados.

El asunto es que desde el principio comencé a preguntarme por qué el demonio habla en latín si el tailandes suena más espeluznante aún... En fin.

Moraleja: uno anda con sus muertos colgando en el cuello, por eso las jaquecas y los dolores de espalda, menos mal que sólo tengo uno y no me imagino a mi mami colgandose de mi cogote de pura ociosa.

10 noviembre, 2007

A LOS MAESTROS CON AMOR

Hoy no fue un buen día. La realidad se asomó temprano, certera, demasiado innegable.

Todo comenzó al amanecer cuando me desperté con un gran dolor en el dedo índice de la mano (no me acuerdo cual): estaba soñando que un perro me mordía el dedo.

Creo que estoy desarrollando una fobia bastante extraña. Amo mi trabajo, no me imagino haciendo otra cosa, pero odio todo lo que lo circunda mayor de ciertos años. Creo que no hay un mejor ejemplo para personificar un consejo de profesores, que con el libro “A puerta cerrada” de Sartre. Mientras mis colegas hablaban, revivía una y otra vez aquellos diálogos tan bien expresados por el bajito esposo de la Simone de Beauvoir, acerca de lo que es el infierno.

El otro día una profesora de historia tuvo una discusión con una alumna del Liceo. La citada “educadora” le corrigió como incorrecto que nuestro régimen de gobierno no sea una democracia directa, todo el resto de profesores de Historia se cuadraron con la “colega”, basureando a la pobre cabra. Yo no estaba ahí (siempre que puedo no estoy). Me imagino la impotencia de la niña pensando “pero si yo tengo razón”. Porque la tiene, la única democracia directa ha sido la de los griegos, la nuestra es representativa. La alumna terminó suspendida y con matricula condicional por faltarle el respeto a la profesora: entiendase por faltarle el respeto contradecirla.

Como dice El Felipe: “He decidido enfrentar la Realidad, así que apenas se ponga linda, me avisan”.

04 noviembre, 2007

Me cagaste la vida hueona


Hoy día, después de perder más de una hora en ver la última, mala, fome y extraña, película de Kevin Costner, me asomé por la ventana.

Antes, cuando era chica, hacia lo mismo y todo Santiago se me aparecía a través de la ventana iluminada por un rojo atardecer, que no era precisamente comunista, ya que éste barrio, por aquellos tiempos, era bastante de clase media queriendo parecer exclusivo.

Hoy cuando me asomé, vi los jardines de las dos sendas torres que se han construido en lo que va de esta última década, y que me han tapado Santiago, convirtiendo la palabra privacidad en un concepto anacrónico. Vi a niños jugando, gente en la piscina bañándose (a pesar de ser más de las 9 de la noche) los conserjes regando el pasto. Era como si hubiese dejado de ver una ciudad desde lo lejos, para instalarme de pronto en su living.

Solo quería sentir la brisa que se puede sentir en esas circunstancias (después de un día caluroso a rabiar) cargada de voces y olores muy alejados a la tartas de mi abuela.

Había una señora peleando con otra persona en un piso indeterminado del edificio de al lado. Apagué la luz para camuflarme en la oscuridad y satisfacer mi morbo por un rato.
No se exactamente de donde provenían los gritos, pero era por el piso 8 o 9 de uno de los edificios del frente. Edificios magistralmente construidos, ya que por milagro han dejado entre ellos la forma de un anfiteatro griego y la acústica es casi perfecta.

Pasaron los minutos y me dejé de reír. La señora le hablaba a la hija (supongo que era la hija). No le gritaba (lo que habría sido preferible), sino que, desde las entrañas, le vomitaba cada palabra “me cagaste la vida hueona”. Las oraciones que siguieron eran parecidas y fueron subiendo el tenor de la desesperación en el timbre de la mujer. Me asusté, me dolió la guata. Me acordé cuando era pequeña y veía a mi papá pelear con mi hermano mayor.

Se sentía como le pegaba a la hija, golpes secos, duros, de mujer a la que le han cagado la vida. Me pregunté ¿qué puede ser tan terrible para que alguien te haga sentir así?. Me imaginé a la niña tirada en la cama o en el suelo, soportando en silencio los golpes y las terribles palabras de la mujer. Por un instante me imaginé a alguien cayendo del décimo piso.

Pensé en llamar al conserje para que llamara al conserje del edificio de al lado e hiciera algo, llamar a los pacos, o a paz ciudadana. La pelea había tomado ribetes que ya no me hacían querer reírme. Sin embargo, en una milésima de segundo, me di cuenta que era la única (al menos desde mi visual) que parecía preocuparse por la pelea. Los niños seguían jugando, las personas seguían bañándose en la piscina, el guardia daba vueltas por el jardín.

Y ahí llegué a la conclusión. Fukuyama tiene razón: hemos perdido la capacidad de asombro. Y me incluyo, ya que llamar al conserje para que le avise al conserje... es peor que no asombrarse, es asombrarse sin involucrarse.

Antes ¿era diferente?. ¿En la época de los zapatos rotos y las tardes comiendo moras hasta la intoxicación?. El mundo eran dos vacas una llamada pinina y la otra polola, un caballo vetusto llamado pililo. El interior de los sauces llorones, los piriguines y la guata de las arañas embarazadas. Ni padre, ni madre, solo unos cuantos hermanos con los cuales pelearse el perro o los renacuajos de la asequía, o las primeras guindas del guindero.

¿Dónde quedó ese mundo que se hacia con el vecino?, ¿ese plantar una lechuga y estar haciendo cultura? (HHC), ¿ese mirar los atardeceres con el silencio absoluto que nos puede entregar una buena sinfonia o la lectura de un buen libro?.

Pensé en el dolor de la mujer, ese dolor que puede llegar a ser físico, el dolor de perder lo que se ama, lo que se espera y sin embargo se tiene la certeza, nunca llegará. Me sentí una mitómana de la peor ralea al pensar que mi oficio consiste en andar por la vida tratando que la gente crea que puede ser mejor persona, que crea que otro mundo es posible. El oficio de convertir en realidades efímeras los lindos discursos. Al despertar la resaca es más cruel que el engaño.

Otro mundo no es posible. Al menos no esta noche