09 enero, 2008

Nuestra Historia, la Historia de todos

Mi muy singular padre, por catalogarlo de alguna manera, siempre cuenta entre las millones de anécdotas de su vida, varias que son de antología. Muchas de las cuales yo no les contaría a mis hijos ni muerta, pero bueno, de papá tradicional, éste señor K jamás ha tenido nada.

Cuando estaba en segundo año de odontología, o sea, como de 20 años, se mandó a cambiar y dejó todo votado. Se había enamorado de la hija del rector y lo que era más terrible, ésta le correspondía. Hasta que el insigne doctor se enteró. Mi papi era pobre, pero eso no era nada comparable con el otro problema: era negro, literalmente hablando.

Pensemos que el drama se desarrolla en el Chile de la década del 40. Prejuicios de por medio. El rector agarró a su hija, la retiró de la Universidad y la mandó al fin del mundo. Ahí fue cuando mi padre se decidió, y en vez de suicidarse por amor, sin tomarse la molestia de contarle a nadie, se mandó a cambiar. Por 10 años la mamá lo buscó en los hospitales, morgues, cárceles, hospicios y cuanto lugar le permitieron las tres chauchas que iba juntando de cuando en cuando para encontrar al hijo menor.

Pasada una década lo encontró viviendo en Montevideo, era obrero de la construcción, estaba casado y tenia una hija. Mi abuela suspiró aliviada: no estaba muerto, andaba de parranda. ¿Que hizo en esos 10 años?. Imposible de narrar en tan pequeño espacio, sólo contar que estuvo preso por vagancia y violencia callejera en Brasil, peló papas en “El rey de las papas fritas”, en Buenos Aires; cargo barcos mercantes en Bahía, fue estafador de poca monta en Paraguay, vivió en burdeles, acogido como mascota por las putas, entre muchas otras cosas.

Cuando mi abuela lo encontró le contó a mi abuelo, quien hizo prevalecer esa autoridad patriarcal indiscutible del siglo XIX y después de sacarle la chucha, lo agarró de las mechas, lo trajo de vuelta y lo hizo volver a la Universidad. Eran los últimos años de la década del 50. De cómo fue a Uruguay y se robó a mi hermana para traérsela ilegalmente a Chile, esa es otra historia. De cómo la mamá la buscó por décadas, esa es otra historia también.

Cuando todavía mi abuela no podía convencerse de que a su niño se lo hubiera tragado la tierra y lo buscaba por cielo mar y tierra, mi padre vivía con su primera esposa en una población muy pobre en Montevideo, Uruguay. Vivian en la casa de su suegra, que era una viejita anarquista que solía hacer las reuniones políticas en su casa. Mi padre, hoy entre muerto de la risa y asombrado, cuenta que llegaba un muchacho de su edad, muy flaco, enjuto y lleno de ideales y palabras escritas bajo el brazo: era el secretario del grupo anarquista y cursaba sus primeros años de estudiante de periodismo en la Universidad. ¿Su nombre?. Mario Benedetti

En cambio mi madre era como una monja Carmelita, no tanto por lo santa o beata, sino por lo reservada. Ahora que lo pienso, no sé nada de ella.

Sólo sé que había nacido en Taltal, pueblo que odiaba, y se había criado sola con él papá y la familia de él, porque al separarse de su esposa, mi abuelo se la robó y le prohibió a la madre ver a la hija. Llegó hasta sexto de preparatoria y a pesar que era la primera alumna de su curso, mi abuelo le prohibió seguir estudiando porque el Liceo era mixto. Se crió entre Taltal y las oficinas salitreras La Alemania y La Chile, con esa timidez propia de los changos, a pesar de ser traslucidamente blanca y poseer la altura de una princesa eslava. No sé nada más de ella. Sólo tengo la certeza que era mi madre, que siempre tuve la sensación que estaría ahí, a mano, eternamente, que la amaba y que parte de mi mundo se murió cuando ella partió.

Mi padre siempre ha tenido esa ¿cualidad? ¿defecto? ¿verruga? de eclipsar todo a su paso.
Ahora que apenas deslumbra como una vela de cumpleaños, me arrepiento de no saber la misma cantidad de cosas que su ego nos impuso, con respecto a mi madre. Demasiado tarde ¿o tal vez no?

2 Comments:

El cronista de la O' said...

pedazo de historia, checha. Me dejaste pa dentro, como si hubiese terminado de leer esos cuentos fascinantes de García Márquez.

Nunca contaste mucho de tu family cuando estábamos en la U!!


Oye, hace unos días comípescado frito y me acordé de un par de veces que hicimos unas bacanales en tu casa con las merluzas más frescas del Pacífico Sur.

Muchos saluditos y que descanses harto en verano.

Aspacia de Mileto said...

Y si Chopa. No creo que recordar el pasado sea "estar pegado". Es más, hace poco mi viejo estuvo enfermo y pensé que cuando se muera, todas sus historias se van a morir con él.El Copo y el Cristian me hablan de cuando me iban a ver a Valpo y no me acuerdo¡¡¡¡. La Carola me dice a veces ¿te acuerdas de ble...? Y NO ME ACUERDO. Si recordar la historia propia es "estar pegado", yo también quiero estarlo. Un hurra por la gente con buena memoria. Un beso