10 julio, 2008

El sentido de las cosas

Estaba leyendo a Víctor Frankl. En muchas cosas concuerdo: sin un sentido todo propósito caduca, ¿Por qué con la vida iba a ser diferente? También entiendo que su diferencia con Sartre entre “buscar un sentido” y “descubrir el sentido” en cuanto a nuestras vidas se refiere, radica en que el primero es ateo y el segundo creyente. Para mí es solo una diferencia verbal. Aunque creo que para el creyente es más fácil pero menos profundo el camino, en cambio para el ateo, cada paso dado es una lucha librada consigo mismo, puesto que es mucho más fácil claudicar y darse por vencido sin ninguna promesa de ayuda externa.

Difícil e injusto homologar su experiencia vivida durante la Alemania Nazi, a cualquier otra, pero si aplicamos su tesis siquiátrica a nuestra cotidianidad, me hace sentido. A veces escogemos el camino más fácil, y sabiendo que es preciso cuidar los límites del poder que nos otorga el hecho de ser docentes, lo aplicamos sin ningún tipo de precaución ante los daños colaterales. Me sucede cuando estoy cansada, no del hecho de hacer clases, sino de tener que convivir con estructuras estresantes ante las cuales estamos en permanente oposición.

Hoy una gendarme de mi Liceo en tono de talla trató a una niña de tonta, delante de sus compañeras. La situación era de jolgorio y todas se rieron. La niña se indignó y le grito a la Sra. que qué se creía ella para tratarla así. Todos nos sorprendimos. La aludida en cuestión contestó que no le viniera a faltar el respeto; yo reafirmé a la Sra. con una amenaza y una anotación negativa para la alumna.

Sabía que era injusto, que la Sra. había usado su poder sobre la niña y que con justa razón ésta había reaccionado, pero tampoco estaba de acuerdo con que gritándole a la Sra. fuera a hacerle a entender cómo se estaba sintiendo. Ante una agresión estaba respondiendo con otra.

Mi reacción fue la peor de todas, la más cómoda, la más sin sentido. Diplomáticamente eché a la Sra. de la sala y le puse una anotación a la niña, ante lo cual esta inquirió… pero ¿por qué?. Mi respuesta fue: porque sí.

No quería detenerme en explicarle a ambas que opinaba de la situación; con gusto las habría mandado a las dos a la chucha por andar peleando por weas, pero claramente mi reacción fue sin sentido o desde una óptica de la pérdida del sentido: fui lo que toda mi vida he criticado en los demás profesores. ¿Tendrá esto alguna homologación con la pérdida de sentido y la alienación que plantea Frankl en su sicoterapia?.

Mi amiga P me dice que lo que más le aterra de esto de ser profe, es un día no reconocerse y haberse convertido en una vieja culia, que ha dejado de disfrutar y admirar lo que hace, para transformarse en un vil ser que cree que la enseñanza consiste en andar con un látigo, tratando de que las cabras no se escapen pal monte

Pero estoy banalizando en demasía pensamientos que fueron formulados de manera tan extraordinaria. Aunque ya hayan pasado más de 11 años de su muerte y muchos más desde que inventó la Logoterapia, sus palabras están más vigentes y suenan más hermosas que nunca

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros.

Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas.

En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.

Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino.

Victor Frankl


2 Comments:

PIMIENTA said...

Cuando leí algo de Viktor Frankl lo que más me sorprendió fue la importancia que él le da al sentido del humor y de cómo éste les ayudaba a sentirse mejor en cautiverio. Si ellos pudieron reirse en tales circunstancias, ¡No queda otra que reirse de las cagás que nos pasan!

Aspacia de Mileto said...

Algo parecido pensaba yo cuando estaba leyendo el libro. No puedo afirmar qué tipo de persona habría sido yo en esas circunstancias, tal vez de las que reparten su pan o la peor de los “capos”. Obviamente que si me preguntas te diría que de las del primer tipo. Nadie diría lo contrario porque políticamente no es correcto. Pero acá, entre nos: creo que tienes razón Samy, ante tamaña experiencia ¿qué nos queda más que reírnos de nosotros mismos?