26 febrero, 2008

Epitafio

Hoy me enteré que se murió la mamá de una amiga. Hace más de un año, se había muerto la mama del C.

Recuerdo que su funeral estuvo lluvioso, igual que el de mi mami. Viajé desde Santiago por el día y falté al trabajo. Nada era más importante en esos momentos que abrazar al C. por largo rato y decirle “Te quiero. Entiendo como te sientes, el piso bajo tus pies ha desaparecido y el dolor es tan fuerte que hasta se torna físico, pero aquí estamos, los de siempre, los mismos, los cotidianos, para contenerte".

Ninguna sonrisa cerca, ningún alivio
¡Ah muerte inclaudicable!, ¡Ponsoñoza!
siempre vencedora, siempre sonriente
¿quien puede enfrentarse a ti pensando en ganar la partida?

Hace tiempo que no revivía la muerte de mi madre. Cierro los ojos y me cuesta recordar su rostro, su olor, el tono de su voz, cada gesto de su fisonomía y me entristece que esta desmemoria sea progresiva y sin embargo el amor siga ahí, tan inalterable, tan burlón, tan inmensamente imperdurable.

Mi padre, cuando se despidió, sabía que no la vería nunca más. Su férreo ateísmo le impidía (y le impide) creer que somos algo más que despojos que salimos, transitamos y volvemos al polvo. Mas a pesar de su poco optimista versión del fin de la vida, le escribió las más bellas palabras que ella pudo haber escuchado de quien la amo a su manera durante una vida entera y que hoy la acompañan en su tumba.


EPITAFIO

O.I.A.R., una mujer a la antigua; leal, honesta, abnegada, generosa. Su mayor virtud, el amor a Dios sin reservas que fue su compañero incondicional, su soporte y su goce espiritual.
Ella era sencilla, transparente, no pedía nada para sí, ella lo daba todo. Su imperativo categórico: el amor a sus hijos, a quienes amaba con entrañable ternura.
Ella fue un ángel encarnado, enviado tal vez para mitigar las penas de los que la rodeaban. Nosotros le agradecemos todo lo que nos regaló y estamos ciertos que Dios la tiene en su reino como uno de sus más predilectos hijos.


Más allá,
cuando yo ya me haya ido,
te llevaré conmigo.
Llevaré tu esencia en mi esencia,
incorruptible,
llevaré tu recuerdo en mi recuerdo,
eternamente.
Y ya nadie podrá separarnos,
porque seremos tu y yo,
uno solo,
más allá, en el altar del tiempo

J. tu esposo

3 Comments:

Teresa Wilms Montt said...

Qué preciosas las palabras que tu padre le escribió a tu mamá.
Bellas, bellas. Qué te gustaría que dijera tu epitafio, amigota? Últimamente ando pensando en cada detalle ridículo de mi vida, ncluido el final de ésta. Ando como mi mamá. Qué susto.

A prop, qué linda tu mamá y qué impresionante lo parecida a ti. SON IGUALES!! Tu amigo R acaba de venir a mirarla y opina lo mismo.

Besos

Aspacia de Mileto said...

Sí, lo mejor de Cacho es como maneja las palabras y acarrear tierra de aca para allá, jajaja. No sé, pensaré en mi epitafio.

Lo que sí se, que de hecho justo por estos días estaba pensando, es que para mi funeral quiero que toquen “Nasau” de los Hombres G a todo chancho. Y como yo moriré primero, tu tendrás que hacerte cargo de llevar la radio y las cervezas

Teresa Wilms Montt said...

Nononono
Yo moriré como una superestrella, por lo tanto, joven.
Así que anda olvidando que voy a poner yo la música, aunque me encantaría.
Así que estás obligada a dar el panegírico pa mi funeral. Espero que seas pródiga en alabanzas, porque si no, vendré a penarte por no haberlo hecho majestuoso tipo funeral de Pericles.

Besos, Chechita.