08 junio, 2008

Desde Caquena a Providencia

El otro día veía en la tele un reportaje de un pueblito ¿Caquena?, que queda en el altiplano chileno y en el cual viven 4 personas: el encargado de la Iglesia, un carabinero y su esposa, y la maestra multigrado, que se las apaña para enseñar a cuatro alumnos de diferentes niveles.

Uno de los alumnos era el hijo del policía, los otros tres debían recorrer un trecho de 14 km en bicicleta todos los días para llegar a la escuela de Caquena.

Me acordé inmediatamente cuando en 2do medio, durante nuestra gira de estudio, caminamos desde el centro hasta punta de lobos por la playa, en ese tiempo en que Pichilemu era solo mar, arena y campo. Éramos todos adolescentes. Y Ahí estábamos, los mismos de siempre, el Cristian, yo y el Bouling. Fuimos los últimos en llegar. Diez kilómetros de caminata me dejaron con los pies llenos de ampoas, casi sin aliento y pensando en cómo cresta nos devolveríamos porque según yo, había quedado invalida de por vida. Los tres flojos nos negamos a caminar cuando los demás emprendieron el regreso y volvimos casi de noche, solo cuando una carreta ofreció traernos mientras hacíamos dedo a la sombra de un sauce.

Desde mi limítrofe interpretación del mundo, siempre pensé que esa era una distancia catastrófica y resulta que ahora estaba viendo a un niñito que era todo ojos, sonreír mientras con toda la inocencia del mundo, contaba que hacia el trayecto de 14 kilómetros diarios por el desierto, hacia “el pueblo” para asistir a clases ya que sus padres vivían en el altiplano.

Les preguntaron que querían ser cuando grandes y dos de ellos respondieron “Profesores” y ¿por qué?: para enseñarle a otros niños lo que ellos estaban aprendiendo. Guau. Por un momento pensé: Susanita tiene razón, a los pobres habría que esconderlos porque cuando salen con este tipo de cosas el alma se le retuerce a uno, y como dice la Mafalda, no sabemos adonde encajar el parche curita.

Creo que esos niños aprenden más significativamente que todas las niñas juntas de mi emblemático liceo, que ya ha sido tomado y desalojado tres veces. Estaban pintando con unos lápices de colores gastados, de esos que ya casi se acaban de tanto sacarles punta. El Ministerio les había enviado flamantes computadores que no podían usar y se apilaban en un rincón. En Caquena no hay luz eléctrica y el pueblo se ilumina solo de noche, por dos horas gracias a un generador que les entregó el Municipio, hora en que la jornada escolar ya ha finalizado.

Mis alumnas hablan de la justicia social y de la igualdad de oportunidades. Se toman el Liceo una y otra vez, tienen al borde de la histeria al alcalde, al punto del colapso a la directora, pasan frio, se mojan, arrancan de los pacos, las detienen, el pánico es más frecuente que lo normal, los papás las suben y las bajan, otros les dan palmaditas en la espalda. Sé que sus intenciones son buenas, que son mucho mejores que lo que nosotros éramos a su edad, pero no puedo dejar de preguntarme ¿Sabrán realmente lo que significa para esos niñitos que salgan triunfantes de todo esto? ¿Hasta que punto no es por monería, porque ser rebelde es bacán, porque en la marcha esta el niño que les gusta, porque corren las pruebas y no tienen clases? ¿Hasta que punto no es simplemente por la adrenalina de la edad?

Todas me responderían al unísono que me equivoco. Incluso yo misma pienso ¡Mujer de poca fe! Pero no puedo evitarlo. No puedo evitar una mueca de disgusto cuando escucho que algunas se refieren a la lucha social, a la revolución, a la represión, a la clase política, los sectores reaccionarios y toda esa jerga con olor a Stalin que nunca me gustó del todo, pero que también en alguna época repetí como mono titi. Aquellas rebuscadas palabras que estuvieron tan en boga en otra época, no suenan bien en sus bocas de niñitas del Panorámico o el Portal Lyon. Me pregunto cuantas estarían dispuestas a sentar al lado suyo a niños como el Tila o el indio Juan, aunque estoy segura que más de alguien (cómo mi amiga Teresa Wilms Montt) diría por ahí: eso tiene más que ver con el sentido común que con la revolución de nada, nadie en su sano juicio se sentaría al lado del Tila o del indio Juan, por muy muertos que estén.

Y si, estoy siendo mal pensada, tremendamente sectaria y retrograda, pero sigo creyendo que la revolución se hace primero en la sala de clases, dentro de mi cerebro, cuando cosas como ceder el asiento, no bajar a la altura de un alterado profesor, ni responder con la misma moneda, ser amable con el mundo aunque el mundo sea como la inspectora del tercer piso, sapa, gritona y acusete, se vuelvan cosas instintivas, cuando pasen los años, y no cambie lo básico de mis convicciones ni las moldee a mis nuevas circunstancias.

Por eso me siento orgullosa de las niñas del ccaa. ¿Solo yo noto la abismante diferencia que se extiende entre ellas y el resto? Hoy las miraba exponer sus puntos de vista frente a los profesores y la directiva del liceo y se veían como gigantes legionarias frente a ratones asustados y zalameros, viejos y feos. No necesitaban utilizar ninguna jerga guerrillera para elevar la conversación a un nivel en que los representantes del primer estado parecían hombres de cromañon peleando con gruñidos por un hueso roído. Me hubiera gustado tener la mitad de la seguridad, la coherencia, la asertividad, la inteligencia, la templanza, el desplante, la fe y la bondad de ellas a la misma edad. Las otras 1200 niñas no me importan, ellas ya son capaces de cambiar el mundo y de crear para esos niños de Caquena posibilidades ciertas, aunque solo sea dentro de mis perspectivas.

4 Comments:

Anónimo said...

una pregunta: ¿ acaso ud. no cree que además de esas cinco niñas miembros del ccaa, existen otras que ya hicieron la revolución en la sala de clases, dentro de sus cerebros y son amables con un mundo que no les es del todo amables a ellas ?

mire todo el espectro, completo, o por lo menos inténtelo.

Aspacia de Mileto said...

Si, seguro que existen, pero no tengo el agrado de conocerlas... Porque siempre los anonimos son sutilmente agresivos???. No pueden decir lo mismo sin ironia, ni sarcasmo gratuito???

Penelope Glamour said...

JAJAJAJAJA
q buena respuesta.

Oye, pero no seas perseguida, creo que el anónimo fue bastante medido con su comentario.

La pregunta real es POR QUÉ PERMITES QUE GENTE COMENTE EN FORMA ANÓNIMA!! Yo lo hubiera borrado, me carga la complacencia y cobardía que hay en tirar la piedra y esconder la mano.

Anónimo said...

me emocione =)